¿Cómo es la ducha de contraste?

¿Ducha de contraste? ¿Te suena a tortura medieval? ¡Pues a mí al principio también! Imaginen: sales del gimnasio, sudando, músculos doloridos, y en vez de una ducha calentita que te abrace… ¡zas! Agua helada. Casi me da algo la primera vez, ¿en serio esto es bueno?

La cosa es que se trata de alternar, frío-caliente, caliente-frío. Como una especie de baile extraño con la temperatura. Primero metes, por ejemplo, la pierna (si es que la lesión es ahí, claro) en agua caliente, bien calentita, de esa que te relaja… Ahhh, qué gustito. Pero esperen, que la fiesta no dura mucho. Luego, ¡al agua fría! Un shock, sí, lo reconozco, como si te metieran en el ártico de golpe. Y así, un ratito en cada una.

¿Y para qué este sufrimiento, se preguntarán? Pues dicen, y he leído por ahí —no me acuerdo dónde, pero seguro que en alguna web seria— que lo de contraer y dilatar los vasos sanguíneos ayuda con la inflamación. Como una especie de bomba que activa la circulación. Vamos, que si tienes una lesión en una pierna o un brazo, la ducha de contraste te puede venir de perlas para recuperarte más rápido.

Yo, por ejemplo, me hice un esguince jugando al pádel (sí, soy de esos que se lesionan hasta con un matamoscas) y el fisio me recomendó las duchas de contraste. Al principio era un drama, lo confieso. Pero oye, ¿sabes qué? Funcionó. La inflamación bajó bastante rápido y la verdad, la sensación después, aunque extraña, era… ¿cómo decirlo? …liberadora. Como si la sangre corriera de nuevo a tope.

Eso sí, no es cosa de ponerse a experimentar sin ton ni son. Mejor preguntar a un profesional antes, ¿no? Que cada lesión es un mundo y lo mismo lo que a mí me fue bien a ti te sienta fatal. No vaya a ser que en vez de curarte, empeores. ¡Que la salud es lo primero!

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