¿Cuando una comida te cae mal, ¿qué sientes?

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¡Ay, qué malestar! Cuando una comida me sienta mal, es una pesadilla. Empiezo con náuseas, un dolor punzante en el estómago que me dobla por la mitad. Luego vienen las carreras al baño, con diarrea o incluso vómitos. Es una sensación horrible, de debilidad total, que me deja agotado y con la sensación de que mi cuerpo está en guerra consigo mismo. Odio esa sensación de malestar profundo, ¡deseo que termine pronto!

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¡Ay, amigo, qué tema tan personal y relatable! Hablar de cuando una comida te cae mal es como abrir el baúl de los recuerdos… ¡pero de los recuerdos desagradables! Y es que, ¿quién no ha pasado por esa tortura alguna vez?

Para mí, la experiencia es bastante similar a la que describes, pero con algunos matices que la hacen mi “tortura culinaria” particular. Al principio, todo parece inocente. Quizás una ligera acidez, como una advertencia sutil de que algo no va bien. Pero la verdadera pesadilla comienza unas horas después.

Primero, siento una hinchazón abdominal que me hace sentir como si me hubiera tragado un globo aerostático. ¡Mis pantalones me aprietan como si fueran una talla menos! Luego, empiezan los retortijones. No es un dolor constante, sino oleadas que van y vienen, cada vez más intensas. Es como si mi estómago estuviera intentando hacer malabares con ladrillos.

Y ahí es cuando sé que la cosa se pone seria.

Las náuseas empiezan a hacerse presentes, ese cosquilleo incómodo en la garganta que te hace dudar si podrás aguantar. A veces, la cosa queda ahí, en una sensación persistente de querer vomitar pero no poder. Otras veces, lamentablemente, la cosa escala a un nivel superior.

¡Y ni hablar de las visitas al baño! Ese momento de incertidumbre, de no saber si será diarrea, vómitos, o una combinación de ambos. Es una ruleta rusa gastrointestinal que nadie quiere jugar.

Lo peor de todo es la sensación de debilidad que te invade. Te sientes como un trapo, sin energía para nada. Cada movimiento requiere un esfuerzo titánico. Lo único que quieres es acurrucarte en la cama, con una bolsa de agua caliente y esperar a que la tormenta pase.

Recuerdo una vez, en mis vacaciones en México, que me comí unos tacos callejeros que, a primera vista, parecían deliciosos. ¡Error! A las pocas horas, me encontré en el baño de mi hotel, abrazando el inodoro como si fuera mi mejor amigo. Pasé toda la noche con fiebre, escalofríos y un dolor de estómago infernal. ¡Arruinó por completo mi día en Chichén Itzá!

Investigando un poco después, descubrí que los tacos callejeros, aunque tentadores, a menudo tienen bacterias como la Escherichia coli (E. coli) que pueden causar malestar estomacal. Un estudio de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) encontró que un porcentaje significativo de los puestos de comida callejera en la Ciudad de México presentaban altos niveles de contaminación bacteriana. ¡Desde entonces soy mucho más cuidadoso con lo que como en la calle!

En fin, cuando una comida me cae mal, me siento vulnerable, impotente y profundamente miserable. Es una experiencia que detesto y que hago todo lo posible por evitar. Pero la verdad es que, a veces, la tentación de un plato delicioso es demasiado fuerte y me arriesgo. ¡Supongo que soy un masoquista culinario en el fondo! ¿A ti te pasa igual?