¿Cómo saber si lo que sientes es amor o costumbre?

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Distinguir el amor de la costumbre reside en la intensidad emocional. El amor se caracteriza por su pasión y profunda conexión; la costumbre, por la comodidad y la estabilidad predecible, a veces incluso superficial, basada en factores externos más que en un vínculo genuino.
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El Velo de la Costumbre: Cómo Distinguir el Amor de la Familiaridad

La vida, con su intrincada red de relaciones, a menudo nos presenta el dilema de discernir entre el cálido abrazo del amor y la confortable, pero a veces engañosa, familiaridad de la costumbre. Distinguir entre ambos no es una tarea sencilla, pues la costumbre, con su manto de familiaridad, puede esconderse tras la apariencia del amor. La clave reside en la intensidad emocional, en la profundidad del vínculo que nos une a la otra persona.

El amor, en su esencia, es una fuerza volcánica. Se manifiesta en una pasión intensa, en un deseo ardiente de conectar a un nivel profundo con el otro. Es una danza de emociones: alegría desbordante, inquietante admiración, vulnerabilidad compartida y un constante, aunque no siempre fácil, aprendizaje mutuo. No existe un guion predeterminado; el amor se construye y se redefine día a día, a través de la comunicación, el apoyo y la comprensión. Es un viaje de exploración constante, donde la novedad y la sorpresa siguen teniendo un papel crucial, incluso con el paso del tiempo.

Por el contrario, la costumbre se asienta en la comodidad. Es la sensación de seguridad que surge cuando el futuro se presenta previsible. Es la estabilidad del día a día, donde los rituales y las rutinas son tan familiares que apenas los notamos. Puede ser incluso superficial, enraizada en factores externos como la convivencia, la comodidad material o la simple inercia. La costumbre, aunque a menudo reconfortante, carece de la vibrante intensidad del amor. No necesita de la misma exploración ni de ese desafío constante que nutre una relación profundamente conectada. Si la base de la relación es principalmente la comodidad, la previsibilidad y la falta de un esfuerzo consciente para mantener la chispa, puede ser que estemos ante la costumbre, no el amor.

Un indicador clave es la presencia, o ausencia, de la sorpresa y la novedad. En el amor, incluso las rutinas se nutren de la chispa de la sorpresa, de la aventura de descubrir juntos los detalles del día a día, incluso los más triviales. En la costumbre, la sorpresa se torna un recuerdo lejano, un vestigio del pasado, no un elemento activo en el presente. La pasión, esa llama que alimenta el amor, a menudo se apaga lentamente, sustituida por la simple comodidad.

Por último, el amor se basa en un vínculo genuino, en la aceptación incondicional del otro, incluyendo sus imperfecciones. La costumbre, en cambio, puede ser más indulgente con la comodidad del status quo, menos exigente en la búsqueda del crecimiento y la comprensión mutua. Si la relación no nos desafía, si no nos impulsa a crecer juntos, a conocernos más profundamente y a aceptarnos con nuestras imperfecciones, la pregunta crucial debe ser si lo que estamos experimentando es amor o simple costumbre.

En definitiva, el amor es un viaje de descubrimiento, una danza de pasión y compromiso. La costumbre es una zona de confort. La diferencia reside en la intensidad emocional, la profundidad de la conexión y la vibrante necesidad de exploración continua. Aprender a discernir entre ambas es crucial para cultivar relaciones auténticas y satisfactorias.