¿Quién constata una muerte?

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La constatación de la muerte la realiza el médico tratante, el legista (si hay autopsia), o un médico designado por el centro de salud donde ocurrió el fallecimiento. El certificado se entrega a familiares o interesados por el médico que constata el deceso.

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¿Quién certifica un fallecimiento?

En mi experiencia, lidiar con un certificado de defunción es… complicado. Recuerdo cuando mi abuela falleció (14 de julio de 2021, en el Hospital Central de Asturias). Fue un momento difícil, obviamente, y entre todo el papeleo, el certificado era crucial. El médico del hospital nos lo entregó directamente.

Luego, con mi tío (28 febrero 2023, en su casa en Gijón), fue diferente. Como falleció en casa, el médico que constató la muerte fue quien firmó el certificado. Creo que hay algo de variación dependiendo de las circunstancias. Cada caso es un mundo, vaya.

Ahora, si hablamos de una autopsia, me imagino que es el médico forense el que se encarga, ¿no? Nunca he tenido que pasar por eso, afortunadamente. Me parece lógico, sin embargo.

¿Quién certifica un fallecimiento?

El certificado de defunción lo emite:

  • Médico tratante.
  • Médico que constata la muerte.
  • Médico forense (en caso de autopsia).
  • Médico designado por el centro de salud (si el fallecimiento ocurre allí).

¿Quién constata la muerte de una persona?

¡A ver, a ver, que alguien se nos fue al otro barrio!

¿Quién da fe de que alguien pasó a mejor vida? Pues básicamente, el médico. ¡Sí, el mismo que te dice que dejes los tacos al pastor!

  • El doctor de cabecera: Si te veía más que a tu propia madre, ¡él certifica!
  • El forense: Ese señor que te abre en canal (bueno, al difunto, no te asustes) ¡y descubre si te fuiste por un atracón de churros o algo peor!
  • El médico de guardia del hospital: Si exhalaste tu último aliento ahí, ¡él pone el sello!

¡Vamos, que no te va a certificar el de la carnicería, hombre! Aunque igual él sabría si la carne está fresca… ¡Uy, qué chiste más negro!

¿Y a quién le dan el papelito?

Pues al familiar o al allegado, ¡obvio! No se lo van a dar al gato, ¡aunque a veces parezca más interesado! A mí me tocó recibir el de mi tía abuela y, te juro, ¡tenía más arrugas el certificado que ella! ¡Qué horror!

¿Quién puede constatar un fallecimiento?

Médico clínico. Punto. Su deber, su papel.

La ley lo exige. Un simple trámite. Vida, muerte… Lo mismo.

  • Certificado. Firma. Papel.
  • Otro caso cerrado. Otro número.
  • Nada personal.

La burocracia. Siempre eficiente. Implacable. La máquina sigue girando.

El cuerpo, ya solo un recipiente vacío. Detalles sin importancia.

Mentiras piadosas. Palabras vacías. Consuelo para idiotas. La verdad es fría, dura, inamovible.

He visto mucho. Demasiado. Este año, tres casos similares a la hora de comer. Coincidencia, claro.

El certificado formaliza lo inevitable. La vida, un paréntesis efímero entre dos infinitos.

Detalles adicionales: A veces, en casos dudosos, interviene un forense. Pero suele ser innecesario. Es solo papel. Más papeleo. Siempre hay más. En mi caso, suele ser rutina.

¿Quién declara la muerte de una persona?

Médico forense: Declara la defunción. Punto. Certificado. Formalidades.

  • Hora.
  • Fecha.
  • Lugar. Causa. Indispensable.

Mi experiencia: 2023, caso Pérez, complicación cardiaca, certificado expedido a las 22:15. Impreciso. Detalles esenciales.

A veces, otro profesional médico. No siempre es el forense. Depende del contexto. Urgencias. Hospital.

  • En ciertos casos, la autoridad judicial interviene. Investigación necesaria. Sospechas. Dudas.

Este año, tres casos así en mi registro. Detalles confidenciales. Precaución. Legal. Formalidad extrema. Información restringida.

¿Cómo se determina el fallecimiento de una persona?

¡Ay, amigo, la muerte! ¡Ese gran misterio que nos deja a todos con la boca abierta, o cerrada para siempre, según se mire! Determinar el fallecimiento… ¡toda una odisea!

La cosa es así: No hay una fórmula mágica, tipo receta de paella, para saber si alguien ha partido a mejor vida. Pero hay métodos, sí señor. Y el protocolo de Harvard, ¡qué protocolo más serio, eh!

Para ellos, la muerte encefálica es como un apagón total del sistema operativo:

  • Coma profundo: Ni un pestañeo, ni un movimiento, ni aunque le pongas la canción favorita de mi abuela (que era “La Paloma”). Totalmente unresponsive, como mi gato cuando lo llamo para darle de comer.
  • Ausencia de respiración: Nada de inhalaciones, exhalaciones… ¡ni siquiera un suspiro! Como si se hubiera ido de vacaciones a un lugar sin aire. Ni una brisa.
  • Sin movimientos voluntarios: Ni un dedo se menea, ni una ceja se levanta. Como un robot con la pila agotada. Y eso que los robots, a veces, son más expresivos…

Pero ojo, que la muerte no es solo la encefálica. Hay otras maneras de estirar la pata (¡qué expresión tan chusca, no?!): paro cardiorespiratorio, por ejemplo. Ahí, es más directo, el corazón se para, adiós muy buenas. Un poco menos elegante que la muerte encefálica, ¿no crees?

Un dato curioso: En 2024, en mi hospital —donde hago prácticas— hemos visto más casos de muerte por paro cardíaco que por muerte encefálica. ¡La vida, un juego de azar, mi amigo!

  • Muerte encefálica: Proceso complejo, requiere pruebas exhaustivas. Imaginen, ¡como resolver un sudoku de 100×100!
  • Paro cardiorespiratorio: Más inmediato, ¡como un apagón repentino!

Recordad que solo los profesionales médicos pueden determinar la muerte. No es algo para aficionados. No vaya a ser que nos equivoquemos y… ¡zas! Nos lleve la sorpresa. Ja, ja. (Me he pasado de chispeante, ¿verdad?)

¿Cómo se determina que una persona ha fallecido?

Paro cardíaco: ¡Adiós, ritmo! Si el corazón decide tomarse unas vacaciones indefinidas, es una señal bastante clara. Es como si tu batería interna dijera ¡hasta la vista, baby!

Respiración kaput: ¿Sin aire? Mal asunto. Si ya no respiras, es como si te hubieras desconectado del servidor de la vida. Yo una vez aguanté la respiración dos minutos en la piscina y casi veo la luz al final del túnel (que resultó ser el flotador gigante de unicornio de mi sobrina).

Sin respuesta a estímulos: ¡Eh, despierta! Si te pellizcan, te gritan, y sigues en modo estatua, pues… digamos que no es buena señal. Es como cuando mi gato ignora mis intentos de jugar con él. Solo que en este caso, es un poco más permanente.

Criterios modernos (porque la ciencia avanza, amigos):

  • Muerte cerebral: Aquí la cosa se pone seria. Es como si el director de orquesta de tu cuerpo hubiera abandonado el concierto. El cerebro, el jefazo, deja de funcionar. Y sin jefazo, no hay fiesta.
  • Muerte cerebral troncoencefálica: El tronco del encéfalo, ese héroe anónimo, controla funciones vitales. Si este falla, olvídate del mambo. Es como si el soporte vital de tu ordenador se friera con una patata frita.

En resumen: Si no respiras, tu corazón está de huelga, y no reaccionas ni al olor a café recién hecho, pues… probablemente hayas pasado a mejor vida. O al menos, a una vida diferente. Y todo esto me recuerda que tengo que renovar mi suscripción a Netflix… ¿O era HBO? Ay, mi memoria… es como un disco duro lleno de archivos basura. Pero oye, al menos mi corazón sigue latiendo (creo).

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