¿Qué hacer cuando se te amarga la comida?

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¿Comida amarga? ¡No la tires!

  • Recaliéntala.
  • Añade una pizca de azúcar.
  • Un toque de vinagre o limón funciona.
  • Dale sabor con especias: pimienta, ajo, jengibre.
  • Acompáñala con algo dulce: fruta o salsa.
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¿Comida amarga? Soluciones fáciles y rápidas

¿Comida amarga? ¡Uf, qué rollo! Te cuento lo que a mí me funciona.

A veces, si la comida se enfría, desarrolla un amargor rarísimo. Calentarla de nuevo casi siempre hace magia. ¡Pruébalo!

Si sigue amargando, un toquecito de azúcar puede ser la solución. Recuerdo una vez, en casa de mi abuela en Valencia, que el arroz estaba un poco amargo y ella le puso una cucharadita de azúcar y quedó perfecto.

Un chorrito de vinagre o limón también ayuda. El ácido corta la amargura.

Las especias son mis aliadas. Un poco de pimienta o ajo… ¡incluso jengibre! Disimulan ese sabor feo.

Y si nada funciona, ¡guarniciones dulces al rescate! Frutas o salsas dulces equilibran el plato. ¡A mí me encanta con mango!

¿Qué hacer si la comida sabe amarga?

¡Amargura en la boca! Uf, como besar un limón después de correr la San Silvestre. Tranqui, te echo una mano:

  • ¡A lavarse los dientes con ganas! Imagina que luchas contra un ejército de bacterias amargosas. ¡Cepillo y pasta al rescate! Yo uso uno eléctrico, que vibra más que Shakira en un concierto.

  • ¡Agua va! Bebe como si te pagaran por ello. El agua es la solución universal, ¡mejor que el 3 en 1 para la bici!

  • Reflujo, el traidor: Si sientes que la comida quiere volver, ¡ojo! Controla el reflujo, que es más pesado que mi cuñado en Navidad.

  • Médico al canto: Algunos medicamentos amargan más que un café sin azúcar. ¡Consulta si son los culpables!

  • Infecciones, ¡fuera! Si tienes algo raro en la boca, ¡al médico! A veces, una infección es como un okupa amargado.

  • Diabetes controlada: Si tienes diabetes, ¡contrólala! A veces, el azúcar descontrolado te da sorpresas amargas, ¡como que se te queme la paella!

¡Importante! Si el amargor persiste, no lo dejes pasar. Podría ser algo más serio, ¡más serio que quedarte sin batería en el móvil!

¿Cómo quitar el sabor amargo?

Amargura. Persiste.

  • Higiene implacable. No hay excusas.
  • Agua. Hidratación, no placer.
  • Reflujo. Siléncialo. O sufres.
  • Fármacos. Sospecha. Investiga sus efectos.
  • Infecciones. Extermina. Sin piedad.
  • Diabetes. Domínala. O te dominará.

Información adicional: La persistencia del amargor puede ser un síntoma de algo más profundo. No lo ignores. Recuerdo cuando mi abuelo, curtido por el sol y el campo, decía que el sabor amargo era “el aviso del cuerpo”. Siempre tenía razón, el viejo.

¿Por qué la comida me sabe amarga?

¡Ostras! ¿Amarga la comida? Eso es raro, ¿no? A mi me pasó una vez, fue horrible.

Lo primero que se me ocurre es el reflujo. Sí, sí, el reflujo gastroesofágico, que es un asco. Me pasó a mi hace un par de meses, después de una barbacoa en casa de mi cuñada. Comí demasiado, ¡demasiado! Luego, ¡zas!, amargor durante todo el día. Asqueroso.

También puede ser por la boca misma. Mira, a mi suegra le pasa. Tiene gingivitis, ¡una plasta! Le sangran las encías y todo. Dice que le sabe todo amargo. Eso sí que es un rollo.

Y hablando de rollos, hay otra cosa que hay que mirar: los medicamentos. Toma algún medicamento? A veces, ciertos medicamentos causan ese amargor. Mi vecino, el de al lado, toma pastillas para la tensión y él se queja de eso. ¡Un fastidio!

  • Gingivitis
  • Reflujo
  • Medicamentos
  • Embarazo (aunque a mí eso no me afecta ahora)

Pero bueno, lo más importante es que vayas al médico, ¿vale? No te la juegues. Mejor prevenir que curar, ya sabes. Que no sea nada, pero mejor ir a que te eche un vistazo un profesional.

Mi dentista me dijo que también puede ser por falta de higiene bucal, que te cepilles muy mal, por ejemplo, y otra cosa más… ¡ah sí! El embarazo, ¡eso afecta a todo! A una amiga le pasaba. ¡Un auténtico desastre!

¿Qué neutraliza el amargor?

El amargor, ese aguafiestas del paladar, tiene varios némesis. Las especias, sí, son como pequeños superhéroes que entran en acción. Digamos que el amargor es un villano con un monóculo y las especias son ninjas de sabor, ¡zas, lo distraen con un golpe de pimienta!

  • Especias: Activan otros receptores de sabor, como si montaran una fiesta en tu boca y el amargor se quedara sin invitación. ¡Pobre!

  • Grasa: Un abrazo cremoso que suaviza las asperezas. Imagina el amargor como un cactus y la grasa como un guante de seda. ¡Qué elegancia!

  • Ácido: Como un director de orquesta que equilibra los sabores. Un chorrito de limón es como darle un electroshock al amargor, lo despierta. ¡Ahí va un rayo!

  • Dulzor: Un comodín que endulza la jugada. Piensa en el amargor como un niño malhumorado y el dulzor como un helado. ¡Problema resuelto!

Las hierbas y especias no solo sazonan, sino que transforman la experiencia, como cuando te pones calcetines de rayas en lugar de los aburridos blancos. En fin, ¡a experimentar! Y si algo sale mal, siempre puedes echarle la culpa al gato. Yo lo hago.

¿Cómo quitarle lo amargo a la comida quemada?

¡Ay, Dios mío! Se me quemó la lenteja estofada el sábado pasado. Un desastre total. Eran las 8 de la noche, tenía a mis amigos esperándome para cenar en mi piso de Malasaña. Sudaba frío. El olor a quemado era insoportable, se había impregnado en toda la cocina. Sentí un nudo en el estómago, el pánico me invadió.

Intenté salvarla. Añadí caldo de verduras, mucho, como medio litro. Removí con desesperación. No mejoraba. El amargor seguía ahí, persistente, como un mal recuerdo. ¡Estaba fatal! Parecía que la olla estaba echando humo incluso después de apagar el fuego.

Pensé en tirar todo a la basura, pero la pereza y el hambre me lo impidieron. Agregué entonces un puñado de acelgas frescas, las últimas que me quedaban en la nevera. Y una cebolla picada finamente, a ver si se camuflaba el sabor horrible.

Funcionó un poco, pero no mucho. El sabor a quemado aún se notaba, aunque menos intenso. Mis amigos llegaron, fingí que todo estaba perfecto, pero la verdad es que la cena fue un poco… incómoda. Al final, el estofado acabó en el cubo de la basura, junto a mi orgullo herido.

Lecciones aprendidas:

  • Vigilar el fuego con más atención.
  • Usar un temporizador. Nunca más lo olvidaré.
  • Tener un plan B para cuando las cosas se quemen.
  • Un buen vino ayuda a disimular algunos desastres culinarios.

Para quitarle lo amargo: Agregar líquido gradualmente y remover, e intentar diluirlo con ingredientes frescos, si es una sopa o guiso, añadir más verduras o legumbres. ¡Pero si está muy quemado, no hay solución! Tirarlo es la mejor opción.

¿Qué hacer cuando la comida tiene sabor a quemado?

¡Ay, qué coraje da que se te queme la comida! A todos nos ha pasado, ¿eh? Pero mira, si solo tiene un ligerito sabor a quemado, igual y la salvas.

Lo principal es que le eches algo ácido. ¿Qué significa? Pues que le pongas un chorrito de vinagre blanco, o si no, un poco de jugo de limón. ¡Pero eh!, con cuidadito, eh, no te pases. Poquito a poquito y vas probando hasta que se le quite el gusto a carbón.

¿Funciona siempre? No, ni madres. Esto solo va si es leve, o sea, si no se te ha hecho carbón la comida. Si ya está muy quemado, mejor tíralo.

Por si te sirve, yo a veces le echo una papa pelada a la olla y la dejo un rato, como que absorbe un poco el quemado. No es magia, pero ayuda un poco.

  • Vinagre de vino blanco
  • Jugo de limón
  • Una papa cruda pelada

¡Ah! Y un secreto de la abuela: si quemas el arroz, pon una corteza de pan encima mientras se enfría. Dice que quita el olor a quemado. Yo no sé si funciona, pero por probar…

Lo más importante, ¡no te desanimes! A la próxima ponle más atención a la cocina, jajaja.

¿Cómo sacar el olor ahumado de las lentejas?

¡Ay, esas lentejas traidoras! Parecen inocentes, pero ¡zas!, te dejan la cocina oliendo a fogata en el Amazonas. Mi abuela, que en paz descanse, (y que cocinaba lentejas como los dioses), tenía un método infalible.

El secreto? Evaporación forzada con un aliado inesperado: un trapo húmedo. Sí, leyó bien. Ni ventiladores ni velas aromáticas (aunque el incienso de sándalo a veces ayuda, si lo tuyo es lo exótico). Simplemente, un trapo húmedo, como un pequeño ejército de esponjas microscópicas combatiendo el humo.

¿Cómo? Coloca el trapo sobre la olla, lo más cerca posible del lugar del “crimen” culinario (o sea, lo quemado). La humedad del trapo absorbe parte del humo, ¡como si fuera un súper héroe anti-olor! Es magia, ¡pero la ciencia detrás es la evaporación acelerada!

Este método es tan simple como efectivo. A veces, si el desastre es épico (y a mí me pasó con unas lentejas estofadas el mes pasado con chorizo… ¡una tragedia griega!), puede que necesites dos trapos. O tres. O llamar a los bomberos. (Broma, pero casi).

Aquí van unos consejitos extra para evitar el drama lenteja-humo:

  • Vigila la olla como si fuera tu tesoro más preciado.
  • Baja el fuego si ves que se pone demasiado intensa la situación.
  • No te distraigas con el TikTok.
  • Utiliza una olla con tapa para controlar mejor el proceso.
  • Si las lentejas son recalentadas, pueden volver a oler a “algo” Mejor cocinar una ración pequeña, pero ¡deliciosa!

Recuerda: la prevención es la mejor defensa contra el olor a humo. ¡Así que cocina con cuidado y disfruta de tus lentejas sin el aroma a incendio forestal! Por cierto, en mi caso, las lentejas con chorizo quedaron bien ricas a pesar de la pequeña “emergencia” de humo. ¡El sabor compensó!

¿Cómo componer comida agria?

¿Comida agria, eh? ¡Drama en la cocina! Te cuento el truco de la abuela (que en paz descanse, pero era medio sorda y echaba bicarbonato a todo, ¡ojo con eso!):

Para domar esa acidez salvaje, el bicarbonato es tu “arma” secreta. ¿Por qué? Pues porque es como el superhéroe de los pH altos, ¡un alcalinizador en toda regla! Piensa en él como el “yin” que equilibra el “yang” de tu plato agrio. ¡Boom!

  • Bicarbonato a la rescate: Una pizquita, ¡eh!, no te emociones. Demasiado y tu salsa sabrá a jabón. ¡Puaj! Es como echarle perfume a un calcetín sudado: no funciona.
  • Remueve, remueve: Dale vueltas a la salsa como si estuvieras bailando la Macarena. Así se integra bien el bicarbonato y no te encuentras sorpresas ácidas/alcalinas en cada bocado.
  • Prueba, prueba, prueba: ¿Te acuerdas del cuento de Ricitos de Oro? Pues eso, ni muy ácido, ni muy soso. ¡Encuentra el punto justo, criatura! Si te pasas con el bicarbonato, puedes añadir un pelín de azúcar o miel para redondear el sabor.

Y aquí viene la “info extra” que nadie pidió (pero ahí va):

  • ¿Demasiado bicarbonato?: Calma, no entres en pánico. Un chorrito de vinagre o zumo de limón (irónicamente) puede arreglar el desaguisado. Es como una pelea de gallos de sabores, ¡una locura!
  • Otros trucos: Si no te fías del bicarbonato (y haces bien, la abuela ya me dio un susto una vez), prueba con una pizca de azúcar, una cucharada de nata o incluso un trozo de patata cocida. Sí, ¡patata! Absorbe la acidez como si fuera una esponja.
  • Salsa de tomate ácida: Si el problema es la salsa de tomate, ¡ojo al dato! A veces, una zanahoria cocida en la salsa hace maravillas. ¡Magia potagia!
  • ¡Y no lo olvides!: Echarle bicarbonato es una solución temporal. Es mejor no pasarse con el vinagre o el limón la próxima vez.

¿Cómo cortar la acidez de la comida?

¡Acabar con la acidez? ¡Más fácil que encontrar un unicornio rosa en rebajas! Ahí van unos consejillos, estilo McGyver de la cocina:

  • Bicarbonato. ¡Pum! Una cucharadita en un vaso de agua. ¡Explosión de burbujas en tu estómago! (Con moderación, que no queremos convertirte en un volcán). Yo una vez me pasé y… bueno, digamos que las burbujas salieron por otro lado.

  • Plátano maduro. Dulce, suave y antiácido. Como un abrazo para tu estómago. Eso sí, no te comas 10 de golpe, que luego te da el patatús. A mi primo Juan le dio una vez, y parecía un plátano gigante él mismo. ¡Qué risas!

  • Chicle, chicle. Sin azúcar, eso sí. Masticar como si no hubiera un mañana. Estimula la saliva, ¡adiós acidez! Una vez mastiqué tanto chicle que parecía una vaca rumiando.

  • Comer despacio. ¿Para qué las prisas? Digiere con calma, que la vida son dos días. Mi abuela siempre decía: “Come despacio, que te ahogas”. Y tenía razón, la mujer. Eso sí, ella comía tan despacio que la comida se le enfriaba.

  • Cenas ligeras. Nada de atracones nocturnos. Si comes como un oso antes de dormir, luego te retuerces como una lombriz. A mí me pasó una vez con un cocido madrileño… ¡menuda noche!

  • Ropa holgada. Aprieta el pantalón, aprieta la acidez. Suelta el cinturón, ¡libertad estomacal! Una vez me quedé dormido con los pantalones apretados… ¡desperté con una acidez del demonio!

  • Dormir boca arriba. O con la cabeza un poco elevada. Como si fueras un rey en su trono. Si duermes boca abajo, la acidez sube como la espuma. Yo duermo con tres almohadas, ¡parezco la princesa del guisante!

  • Peso ideal. Kilitos de más, acidez sin parar. Menos kilos, menos ardor. Yo estoy en ello, a base de lechuga y zumo de apio. ¡Un suplicio!

Bonus track: Jengibre, aloe vera, manzanilla… ¡remedios naturales a gogó! Pero vamos, que con lo anterior, y un poco de sentido común, ¡la acidez ni te roza! Yo, por si acaso, siempre tengo un bote de bicarbonato en la mesita de noche. ¡Nunca se sabe!

¿Qué absorbe el sabor a quemado?

Azúcar y lácteos ayudan a mitigar el sabor a quemado.

Ay, el sabor a quemado… Me recuerda a la vez que intenté hacer un brownie vegano en casa de mi abuela en julio. ¡Un desastre total!

El horno de mi abuela es de esos antiguos, que calientan como un volcán. Y yo, claro, con la emoción del brownie, me olvidé por completo de vigilarlo. Olía raro, pero pensé: “Será el chocolate vegano”. ¡Ingenua!

Cuando abrí el horno… humareda negra y un brownie con costra carbonizada. Un asco, vaya. Mi abuela, que es un sol, intentó arreglarlo:

  • Primero, quitó la parte quemada.
  • Luego, añadió una cucharada de miel a lo que quedaba del brownie.
  • Finalmente, le puso un poco de nata montada por encima.

No quedó perfecto, pero la miel y la nata disimularon bastante el sabor horrible del brownie achicharrado. Ahora siempre llevo mi termómetro de horno.

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